JOAQUÍN BROTONS, DILECTO Y PREDILECTO
El pasado viernes 1 de septiembre, mes de Dioniso, el poeta Joaquín Brotons fue nombrado hijo predilecto de Valdepeñas, para mí Valdesueños. En ese momento el vate fue un gigante capaz de derrotar a su propia timidez, miró por encima de sus gafas de leer al auditorio y esbozó una delgada sonrisa porque su elegancia es seria, que no severa, y como la sonrisa es un horizonte él sabe que la verticalidad de su bastón era entonces su propia sombra.
Olvidó aquellos cobardes anónimos que hace décadas pregonaron su homosexualidad por las calles y plazas de su Alejandría natal, pretendiendo vejarle, llenarle de oprobio y vergüenza señalando una diferencia que ahora es premiada y reconocida con toda justicia. Esa noche la dilección * sonrió por él, porque sin tener necesidad existe la justicia poética a la que en este inicio de septiembre, por fin, se le cae la venda de los ojos.
El poeta es un soplo y pasa hermético, como el aire aunque llevé por dentro el vuelo denso de la paloma: peligro y zureo. No sé porque extraño atavismo, el ser humano tiene miedo a los pájaros por eso los niños los persiguen tanto por pavor como por crueldad. Nos asustan los poetas, ocurre igual con los profetas que al fin y al cabo son los mismos, esa especie de locos que ven y saben lo que otros no conocen, pero sospechan.
Les tememos por estar más cerca de un peligro. Ese es el motivo por el que seguimos persiguiendo a Dios, el miedo. Sin embargo, el poeta defiende la ignorancia, no revela secretos, los crea y los reparte en racimos de sensibilidad o denuncia, entra las lágrimas alegres de la melancolía o los entrega en la mano de un tiempo que tiembla como lo hace la luna en el agua.
Del poeta es la voz y la palabra, el grito y el susurro, el silencio y la espera, por eso es perseguido porque lleva en los pliegues del alma el tesoro que a todos pertenece, que todos avariciamos y con el que nunca sabremos qué hacer.
Luego está la poesía, anterior a todo, hasta que su espíritu comenzó a moverse sobre la faz de las aguas.
Yo conocí a Joaquín cuando no atravesaba por su mejor momento, ni él ni su poesía, llevaba años sin escribir. Se escondía detrás o dentro de una sinceridad descuidada, sin llegar al cinismo aunque visitaba regularmente la frontera. Entre las decepciones se atisbaba una ternura sorda llena de cicatrices que no se lamía por resignación o displicencia. Donde no había rencor, sí una supuesta indiferencia vital. Aún latía en su interior el mordisco poético, el cántico y el clamor, el domicilio de un olvido habitado, el jaraíz del que debía brotar un vino amargo para el que no hay mercado, pero sí copla.
Brotons era entonces un hombre sosegado, sin apenas atisbo del hedonismo cercano que tan lejos quedó, todos sabemos que la memoria es un látigo ebrio, cuando el apetito de la belleza no está saciado. Para entonces yo ya sabía que su poesía estaba escrita en el filo de la navaja. En ella cada palabra preservaba la temperatura del deseo o de la desilusión. es así como la saliva de la vida nos ayuda a tragar y a cantar. Entonces descubrí al amigo, que hoy abrazo de nuevo.
Dilección: Voluntad honesta, amor reflexivo.
Predilecto: Preferido por amor o afecto especial.
Juan Andrés Pastor