Opinión: Curiosidades del vino de Valdepeñas, en el pasado siglo

Opinión: Curiosidades del vino de Valdepeñas, en el pasado siglo

Etiqueta utilizada en los años 40 en cubas y pellejos de vino de las bodegas familiares de los hermanos Brotons González: Matías, Joaquín y Francisco-padre del literato-, cuya razón social era: «Bodegas de Matías Brotons y Hermanos», fundadas en 1920, bajo el nombre de «Bodegas Sta. Pola», en Valdepeñas, por don Joaquín Brotons Fenoll-abuelo del poeta Joaquin Brotons Peñasco, que trabajó en la oficinas de la empresa familiar hasta su cierre.
En aquella época lejana, la mayoría del vino se enviaba en los envases citados, dado que, apenas se embotellaba y lo poco que se hacía se manipulaba manualmente. Ya, en los finales de los años 50 se generalizó el embotellado de los caldos y empezaron a desaparecer las cubas, bocoyes, fudres…, cuyas medidas indico, dado que, las nuevas generaciones las desconocen, en una inmensa mayoría, porque la única arroba que conocen es la de Internet.
CUBAS
Los barriles o cubas de transporte solían ser de madera de castaño y tenían varias medidas: La cuba media era de 15 a 20 arrobas; la cuarta de 8 a 10 arrobas; la tercia de 10 a 12 arrobas y la cuba de embarque, que es la que más se utilizaba para enviar vino por ferrocarril o barco era de 8 a 10 arrobas. Nota: La arroba de líquidos eran 16 litros, así que, haga la cuenta el lector que esté interesado y sabrá el total.
BOCOY
El bocoy tenía una capacidad de 40 a 50 arrobas y se utilizaba principalmente para transportar-trasegar- el vino de una bodega a otra, aunque también mucho para llevar el vino a la estación de ferrocarril, como hacía mi buen amigo Mariano Carrazón «Chavolena», que en gloria esté, y que le nacieron los dientes en una familia que se dedicaron varias generaciones al transporte de los caldos con un carretón, que solía tirar de el una mula o dos, incluso un caballo percherón, como tenían las bodegas de «Los Cornejos» y «Los Fernández», entre otras.
PELLEJOS
Los pellejos solían ser de piel de cabra, que eran los mejores para el transporte y conservación del vino, dado que, interiormente se les «untaba» pez, lo que daba un sabor característico a los vinos de Valdepeñas, que gustaba mucho en Madrid y Andalucía, que eran los mayores mercados que tenía en aquella época dorada los caldos de la «Ciudad del Vino», mi ciudad natal, mi ínsula báquica, mi Atenas, mi Alejandría…
CAPACIDAD
Dichos pellejos su capacidad oscilaba entre las 6 y las 8 arrobas, aunque había hasta de 10 a 12 arrobas, pero éstos últimos apenas se utilizaban, porque era muy difícil manejarlos en la carga y descarga.
Hay que tener el cuenta, que el pellejo hay que saber cogerlo, dado que, al bajarlo a las cuevas-la mayoría de las tabernas de Madrid tenía una cueva- el pellejo tira del descargador y no todo el mundo sabía manejarlos, ya que, había que asirlo por la boca y por uno de los «pezones» del culo y cargárselo a las «costillas», pero con mucho cuidado, porque el vino se movía dentro del pellejo y bajar los escalones de la cueva era muy peligroso, si no eras experto en el tema.
De hecho, había descargadores especializados en la descarga de los pellejos y bajarlos a las cuevas, que se ganaban muy bien la vida con esa actividad, que no todo el mundo sabía hacer, ya que requería unas habilidades especiales y una cierta experiencia.
También, se daba la curiosidad que, para diferenciar los pellejos de vino blanco y los de tinto, los primeros llevaban atada la boca con un cordel de pita blanco y los de tinto una cuerda teñida de rojo.
FIN
Y como no quiero ser cansino con el tema, doy por finalizado hoy mi artículo sobre: Curiosidades del Vino de Valdepeñas, en el pasado siglo, que espero haya resultado interesante para los lectores, dado que, no trato de sentar cátedra, simplemente dar a conocer mis humildes conocimientos de nieto, hijo, sobrino y primo de bodegueros, cuyos vinos tuvieron entre sus clientes a personalidades como: Gregorio Marañón, Pío Baroja, Julio Camba, José María de Cossío, Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla, Vázquez-Diaz, Juan Belmonte, Juan Cristóbal y el abogado, juez, cronista oficial de Madrid, colaborador del diario: «ABC» y escritor, Antonio Díaz Cañabate, que, en su libro: «Historia de una taberna» (Espasa-Calpe, 1947), elogia los vinos que elaboraba mi papá, Francisco Brotons Gonzálvez, que en paz descansa en el cementerio de Valdepeñas, junto a su esposa María Jesús Peñasco Sánchez, mi adorada madre, que tanto quise.

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