Opinión: El desorden del canto

Opinión: El desorden del canto

Joaquin Brotons Peñasco

www.joaquinbrotons.com

Mi viejo amigo desde los años locos de mis vacaciones en Torremolinos, en los años 80-90 del pasado siglo, Rafael Inglada-poeta, editor y estudioso de la vida y obra de Picasso-, ha tenido la amabilidad y gentileza de enviarme un ejemplar de esta joya que ilustra el texto, que es un espléndido tomo en el que el reputado Juan Lamillar desnuda a nuestro común, admirado y querido amigo el gran poeta Vicente Núñez (Premio de la Crítica), uno de esos raros vates que, en la soledad de su pueblo natal: Aguilar de la Frontera (Córdoba) y voluntariamente alejando del mundillo literario- que siempre detestó- escribió una importantísima obra lírica para la eternidad, que, en un principio fue elogiada por Vicente Aleixandre y Luis Cernuda, pero tras más de 20 años de silencio y sin escribir nada, fue en sus últimos años de vida reconocida por prestigiosos críticos literarios de la talla de: Pablo García Baena, Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena y Miguel Casado, entre otros de su obra.

EL TOMO

El volumen ha sido exquisitamente publicado por la Junta de Andalucía y El Centro Andaluz de las Letras, que ha contado con la colaboración de la Fundación: Vicente Núñez, que tiene su sede en Aguilar de la Frontera, al que V. Núñez llamaba con sus anteriores nombres de romanos y árabes que la poblaron: Ipagro y Poley.

ENHORABUENA.

Mi más sincera enhorabuena al autor de este tomo y a los editores, que, aunque fue demasiado tarde su reconocimiento, supieron ver al grandísimo bardo que se escondía en la taberna del: «Tuta» y que, entre copa y copa de Moriles escribió los más bellos versos que hizo se le considerara uno de los mejores poetas andaluces de su generación, junto a sus amigos del grupo cordobés: «Cántico»: García Baena, Bernier, Aumente, M. López… y que, además, estaba dotado de un extraordinario sentido del humor, hasta el extremo de que al final de su vida, cuando recibió la medalla de oro del Ateneo de Córdoba y se hablaba de la posible concesión del Premio Luis de Góngora-lo recibió a título póstumo-, recordó a Fernando Quiñones, cuando decía: «Oro tenemos, cirios veremos». Y no se equivocó.

RECUERDOS.

Nunca olvidaré las muchas charlas y risas compartidas con él en: «El Tuta», apoyados en la mesa de mármol blanco, que tenía reservada y que él la denominaba: «su oficina», mientras degustábamos copas de Moriles y teatralizaba sus expresiones siempre inteligentes, creativas, originales, que eran únicas e irrepetibles como él, un homosexual exquisito, refinado, que no terminó la carrera de Derecho porque no le dio la gana y adornaba sus finos dedos con bellas sortijas heredadas de su madre y sus tías, mujeres que fueron fundamentales en su educación y cultura, nacidas como él mismo en el seno de una familia adinerada, que se dedicaba a la fabricación de jabones, pero que con el paso de los años vino a menos, viéndose V. Núñez obligado a trabajar de bibliotecario en la Biblioteca Municipal de su localidad natal, donde recibió la visita de poetas extraordinarios como Juan Gil-Albert, entre otros.

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